-¿Por qué no te gusta el rock, como a los demás muchachos de tu edad?- exclamaba azorada, pobre, mi madre. No era para menos: el desenfreno, la irreverencia y la dosis de histeria sonora que a mis compañeros de colegio les procuraban los electrificados grupos de moda con sus guitarras rebosantes de distorsión, la obtenía yo de los juveniles poemas sinfónicos de Richard Strauss, que, reproducidos al volumen adecuado, pueden ser más mortificantes para cualquier madre de familia que los más frenéticos y primitivos acordes de Black Sabbath.
Si no me cree, pruebe el lector con sus vecinos: las tempranas óperas del maestro, Elektra o Salome, reproducidas al tope de la capacidad de los parlantes de un poderoso equipo en horas de la mañana, constituyen la mejor venganza cuando éstos hayan estado de juerga toda la noche y no lo hayan dejado dormir. Los acordes convulsos de la orquesta unidos a los agudos estentóreos de la enajenada protagonista, harán que sus víctimas le agradezcan cuando los reemplace por un moderada histeria de una "banda", al menos si se trata de una agrupación de ese entonces, de frenetismo más benévolo que las de hoy. Es que debo admitir que los bandas contemporáneas sí superan en neurosis a las más reputadas Elektras de la lírica. ¿O será la edad? Quiero decir, ¿la mía, la de los rockeros de los setenta y la de Elektra?
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Retrato de Strauss por Emil Orlik (1916) |
Si tienen en cuenta las dimensiones de las aparatosas orquestas straussianas, que superan las del mismísimo Richard Wagner, el más megalómano de los compositores, no les va a sorprender que el maestro Strauss tuviera también una marcada tendencia autobiográfica. Es más, solía autoretratarse a la menor provocación, a veces de modo harto doméstico, como en la ópera Intermezzo. Es de esperarse que nuestro músico se represente en ella como un Sigfrido que debe enfrentar dragones, o un príncipe desconocido que ha de ganarse el corazón de una princesa de hielo. Pues nada de eso: al protagonista le toca en suerte... jugar "skat". En verdad, la trivialidad de su argumento hubiese resultado en una pieza insoportablemente insulsa en manos de otro . No así mi Strauss: se las arregla para isuflar su genio en una historia tan endeble como la de un banal Reality Show.
Volviendo a los poemas sinfónicos: aparte de su Sinfonía doméstica, cuyo título me libera de mayor explicación, tiene Strauss una autobiografía sinfónica mucho menos hogareña. Lleva el nada modesto título de Ein Heldenleben, es decir, en buen castizo, créanlo o no, "Una vida de héroe". ¿A quién se le ocurriría poner tan rimbombante epígrafe a su currículum, por sinfónico que sea? Probablemente no al venerable anciano lleno de erudición de los Vier lezte Lieder (Cuatro últimas canciones), pero sí al impetuoso músico de 34, en busca todavía de reconocimiento y fama.
Si escuchan la pieza de Strauss, les dará la misma impresión que a mí: parece la "banda sonora" de la vida de algún guerrero, un Alejandro de Macedonia, un Julio César, un Napoleón, cuando no de un héroe ficticio de la talla Heracles, Superman o por lo menos un Indiana Jones (eso sí, hay que decir que, sin ser Strauss, John Williams hizo un magnífico trabajo con éste último).
Incluyo una interpretación del poema sinfónico Ein Heldenleben de Strauss, por si desean continuar la lectura con la "música de fondo" adecuada:
¡Qué vida azarosa habrá tenido Strauss!, supone uno... habrá enfrentado enemigos poderosos, participado en guerras, liderado revoluciones, conquistado numerosas mujeres, visitado tierras lejanas... Su fuerza física debe haberlo hecho invencible como a Hércules, su valor, un Aquiles intrépido y temerario. Su ingenio habrá superado el de Ulises o el de Néstor, sus aventuras amorosas, las de Zeus.Si eso esperan, no lean su biografía: se llevarán una decepción. Narra la vida aburguesada e insípida de un compositor bonachón, respetado en vida, bien lejos del novelesco genio relegado e incomprendido. Y si un acontecimiento de nota es digno de mención, éste resulta harto polémico, por decir lo menos: Strauss fue el "apolítico" pero oportunista Reichmusikkammer-direktor del régimen Nazi.

"Ante Strauss el compositor,
me saco el sombrero...
me saco el sombrero...
ante Strauss el hombre, me lo vuelvo a poner"
Arturo Toscanini(1867-1957)
Arturo Toscanini(1867-1957)
¿Dónde los cañones, las fanfarrias triunfales, los plañideros acentos, las calamitosas derrotas, la encumbrada victoria y la apoteosis de la gloria? ¿Dónde la "vida de héroe"?
Tal vez la pieza no sea un retrato autobiográfico tan simple como se nos figura a primera vista. Tal vez los broncíneos alardes straussianos aluden a un héroe "standard", a un paradigma, a un arquetipo heroico, a la representación ambigua y universal de la heroicidad en sí misma, en la cual el autor supo encontrarse en parte, junto a otras características menos atractivas que, por supuesto, prefirió callar. O quizá la lucha titánica no ocurre tal como la suponemos, en el ensangrentado campo de batalla homérico o en las inverosimilitudes de una película de Schwarzenegger, sino muy profundamente, en las luchas espirituales que el genio hubo de transitar antes de elevarse como uno de los grandes creadores del fin de siglo, enfrentando sus más profundas contradicciones, sorteando los más diversos obstáculos en su batallar por el arte superior.
O tal vez, y es lo que prefiero pensar, se trata de ambas cosas a la vez. Me explico: el hálito de la grandeza se encuentra en todos nosotros, en mayor o en menor medida. Es más, si trazáramos las biografías de aquellas personas que en apariencia resultan intrascendentes, si estudiáramos las vidas de quienes supuestamente no han realizado ningún aporte señalado al desarollo de la humanidad, una obra artística, una innovación tecnológica, de quienes no han liderado el curso de una guerra rimbombamte o escrito una enciclopedia; si contáramos esas historias, les decía, nos llevaríamos una sorpresa. ¡Cuántas de ellas resultarían ser en verdad no otra cosa que"vidas de héroe"! Cuánta heroicidad encontramos en una madre que a pesar de todas las dificultades imaginables se las ingenia para llevar un mendrugo de pan al hogar. En aquel padre que a costa de esfuerzos novelescos consigue el dinero para el pagar alquiler. En esa abuela analfabeta que lo sacrifica todo para pagar la educación de su nieta. A su regreso al hogar, ¿no debieran esos héroes del día a día atravesar un Arco del Triunfo con más derecho que el propio Constantino? ¿Y no sería justo que la mismísima Marcha triunfal de Aida acompañe sus pasos y que su recibimiento sea: "Salvator della patria, io ti saluto"?
Me parece que Strauss no se glorifica a sí mismo, como podría parecer, sino que canta a esa suerte de destello épico latente en todos nosotros.
Por ende, no diría que su poema sinfónico sea esencialmente descriptivo. No creo que eleve su panegírico sinfónico a un superhombre concreto ni que cuente episodios precisos. No describe con detalle las luchas entre dioses y titanes, aqueos y troyanos, Heracles y la Hidra, Teseo y el Minotauro o Perseo y la Medusa. Menos todavía cuenta sus propias aventuras y desventuras cotidianas, disfrazádose de un semidiós musical de la entreguerra: ya vimos que su vida diaria era rutinaria y sosa, sin suficiente condumio para un filme de acción.
El campo de batalla es espiritual, las armas son intangibles, los enemigos grandes irreductibles: los vicios del propio ser.
"Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia"
Francis Scott Fitzgerald (1896-1940)
Francis Scott Fitzgerald (1896-1940)
Nuestras vidas están llenas de héroes. Y por supuesto, de sus respectivos villanos y comprimarios sin los cuales las estrellas y coestrellas de nuestro decurso vital no podrían existir, haciendo nuestra existencia no solamente imposible, sino también mucho menos emocionante. Algunos llegan a asumir los roles estelares de nuestra biografía, unos pocos a lo largo de toda su extensión, los más cegándonos con su fulgor durante un estadío vital, unos días, unos años, varias décadas acaso, para luego pasar discretamente a un segundo plano, eclipsado su resplandor por el de un nuevo astro. La separación, la distancia, los sucesos consiguen apartar a algunos de esos personajes de nuestro camino, mientras que a otros ni la misma muerte consigue callar. Son los protagonistas, antagonistas y deuteragonistas de un drama único e irrepetible.
A lo largo de sus páginas cibernéticas, esta bitácora dará cuenta de seres extraordinarios; eso sí, vistos con la absoluta falta de equidad de toda biografía, máxime tratándose de apuntes autobiográficos. Más que relatar de los hechos heroicos vividos y llevados a cabo por el autor, que han sido muchos, al menos tantos como los de Strauss, esta historia refiere más bien los de algunos de los actores de este maravilloso "drama giocoso" en que el Señor me ha concedido tomar parte.
Las vidas heroicas que se me han atravesado han sido tantas y tan admirables, que me resultará imposible pasar revista de todas ellas. Mis lectores sabrán disculpar las más terribles omisiones. Además, muchos de quienes se alcanzaron el status de "prime donne" y "primi uomini" en mi memoria carecen de biografías lo bastante llamativas para traerlas a colación, mientras que, por el contrario, algunos de los "comprimarios" y pequeños "partecchini" resultan, a mi muy particular modo de ver, personajes tan jugosos y entretenidos que no puedo dejar de tributarles aunque sea unas líneas. Debo también advertir a mis lectores que todos sus esfuerzos por encontrar el menor asomo de rigor histórico, objetividad o al menos verosimilitud resultarán totalmente inútiles: por el contrario, la prosa rondará a sus anchas entre la verdad y la ficción. Aunque mis reminiscencias traen a la luz de mi conciencia lo que supongo fueron hechos reales, no he hecho el menor intento por comprobar si las cosas ocurrieron como las recuerdo, a la vez que la exageración y el desorden serán la norma.
Hecha esa advertencia, amigos, los invito a visitar este "blog" cada tanto. En la medida en que la grata evocación de todos esos héroes me obligue a escribir, iré compartiendo con todos ustedes sus andanzas por este mundo. Encontrarán, a continuación de este preámbulo, mi más reciente apunte o, más bien dicho, mi más reciente homenaje a alguna de esas "vidas de héroe".
"No hay héroe en la soledad; los actos sublimes están determinados
siempre por el entusiasmo de muchos."
Eliphas Lévi (1810-1875)
Eliphas Lévi (1810-1875)